5 de febrero de 2015

La deriva fundamentalista de los jóvenes musulmanes franceses. Mi testimonio.


Primera parte: El drama identitario de la tercera generación de inmigrantes maghrebinos y del África subsahariana.

Consideraciones previas.
El tema me llega a la médula: viví 25 años en París y sus alrededores, soy naturalizado francés, residí en una de las “cités” más conflictivas de Francia ‒edificios del estado, de alquileres muy accesibles ocupados mayormente por inmigrantes del Maghreb (Túnez, Argelia, Marruecos) y del África subsahariana conocida como África Negra‒, y fui docente varios años en la Universidad de Saint-Denis, que tiene una importante matriculación de alumnos de confesión musulmana. Como docente participé en eventos interculturales y en comisiones universitarias de investigación sobre temas árabo-africanos, lo que me llevó a un intercambio que hoy me permite aportar mi punto de vista, abierto a todos quienes deseen participar en el debate.

El drama identitario de la tercera generación de inmigrantes maghrebinos y del África subsahariana.
Cada primer día de clase, tras echar un vistazo a la veintena de alumnos que conformaban mi curso del primer año universitario y comprobar que muchas regiones del mundo se encontraban allí representadas, los saludaba de la siguiente manera: “yo me llamo Sergio, soy argentino”. Luego solicitaba a los flamantes alumnos que cada uno se presentase. “Yo soy Rachid, argelino; yo soy Thin Tze, tailandés; yo soy Mengano, senegalés; yo soy Zutano, portugués”, y así hasta el último.
Luego yo retomaba diciendo: “Yo nací en Buenos Aires, ¿y ustedes?”. Y ahí comenzaba el problema: la gran mayoría de ellos había nacido en algún lugar de Francia pero ninguno se había presentado como francés. El silencio se alargaba solito y la conclusión no necesitaba explicaciones. Yo alzaba los brazos en un gesto de resignación y reproche. “¿Alguien me puede explicar por qué no se presentan como franceses si cada uno de ustedes lo es? ¿Qué les impide decir soy francés de origen argelino, senegalés, tunecino o lo que fuese?”


El drama de estos jóvenes se acentuaba porque en los países de los que ellos se sentían originarios, ni sus familias los consideraban argelinos, senegaleses, tunecinos o marroquíes. Su manera de gesticular, la ignorancia de las costumbres locales, el acento, a veces la incomprensión del idioma y, hasta el modo de vestirse, los convertía, allá, en franceses. En el seno de sus familias instaladas en Francia por temor al desarraigo y, en muchos casos, por rencor hacia el ex colono rara vez se les inculcaba considerarse franceses, impidiéndoles de esa manera toda posibilidad de inserción y creándoles desde niños un problema de identidad que habría de agravarse en período escolar. Todo esto unido las situaciones de marginalización y de exclusión vividas en la periferia parisina, lugares donde el desempleo golpeó con más dureza a partir de los años ochenta.
El islam era entonces el único lazo sólido que les permitía mantener una cierta comunión con sus orígenes y darles un signo de identidad. Pero no siempre la manera en que se los transmitía la enseñanza familiar o la prédica de los imanes de sus barrios, les facilitaba una verdadera comunión con los “infieles” con quienes debían cohabitar y los aislaba de la sociedad.
Esto lo viví también cuando razones económicas me hicieron mudar con esposa e hijos de un barrio de clase media francesa a una de estas cités populosas donde las familias no musulmanas podían contarse con los dedos de una mano: Les Étangs (Los estanques), en Aulnay sous Bois.
El departamento en un décimo piso que alquilamos al Estado (los famosos HLM: apartamentos de alquiler moderado) era, para gente de recursos modestos como nosotros, un auténtico lujo: confortables cien metros cuadrados con dos, tres y hasta cuatro habitaciones según el grupo familiar; un living inmenso, cocina espaciosa completamente equipada; balcón, una plaza con juegos para los niños en la planta baja, un campo de deportes y la escuela. 
Nos instalamos en él con el enorme alivio de saber que, de allí en más, habríamos de vivir con comodidad. La identidad mayoritariamente musulmana del barrio ni siquiera entró en nuestras consideraciones ya que, al ser tan inmigrantes como ellos, la convivencia no tenía por qué presentar problema alguno sino que, muy por el contrario, hasta habría de ser simpática.
Sin embargo, a la semana de instalarnos comenzamos a dimensionar lo que significaba ser “sapo de otro pozo”, o sea, constituir una ínfima minoría en una comunidad de códigos radicalmente diferentes a los nuestros, con el agravante de que ignorábamos la importancia del resentimiento de los ex colonizados hacia sus ex colonos, potenciado por el hecho de vivir y alimentarse en el país de los segundos. Ellos no hacían la diferencia entre los franceses y nosotros: nuestro aspecto capitalino occidental de tradición católica nos denunciaba como “infieles” cuyo contacto podía poner en riesgo su identidad religiosa y cultural.
En lo cotidiano, la vida en una “cité” no era fácil. Nunca comprendimos por qué los niños destrozaban los juegos comunes de la placita, los vidrios de entrada a los monoblocks y todo lo que constituía nuestro propio confort vecinal, ante la mirada indolente de sus padres. Ni, tampoco, por qué la gente orinaba en las escaleras del edificio o en el ascensor, donde debíamos poner ladrillos para no meter los pies en el charco pestilente.
Durante la fiesta del Aid al-Kabir (celebración musulmana que representa la victoria de la confianza en Dios según lo narran el Corán y la Biblia), los corderos eran degollados en la bañaderas de los departamentos, cuando no en las escaleras del edificio, lo que dejaba un olor que no se iba del olfato por varias semanas ya que no siempre esos lugares se limpiaban convenientemente.
Cierta vez, los gritos desesperados de una mujer me hicieron asomarme al balcón: un hombre la golpeaba con ferocidad ante la indiferencia de los pasantes. Llamé a la policía y expliqué lo que estaba observando. El tipo me preguntó “¿son árabes?”. Sorprendido, le contesté “él tiene túnica”. Y el policía me respondió “Ah, bueno, no se preocupe, ellos son así”. Escandalizado, le advertí que si no mandaban un patrullero habríamos de vérnosla con un cadáver en la plaza. La respuesta quiso ser tranquilizadora: “no hay que inquietarse, ellos son así: le encajan unos cuantos bifes y después la dejan tranquila”.  Por supuesto que ningún patrullero se acercó (estoy hablando del año 1987, más o menos) y la mujer sobrevivió al menos a esa paliza pública.
Poco después conocí a un refugiado del Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros, a quien la ONU lo había mandado al primer país dispuesto a recibirlo cuando se asiló en una embajada en Montevideo: Argelia. A poco de llegar a la tierra gobernada por el socialista FLN (cuyos manuales de guerra de guerrillas instruían a los tupamaros), lo desconcertó presenciar en plena calle una escena como la que yo viera desde mi balcón en Les Étangs y que, tanto la gente como la policía, se agruparan en torno a la golpeada sin que nadie hiciese nada para detener la paliza. Otro refugiado ‒que llevaba más tiempo radicado en el paísle explicó que por muy socialista que fuera el gobierno, las costumbres islámicas no se modificaban y las mujeres eran propiedad del hombre más cercano de la familia (esposo, hermano, suegro, cuñado…) y que golpearla no estaba penado por la ley revolucionaria.
Pero el choque más importante lo vivimos a siete u ocho meses de nuestra instalación en el barrio. Nuestros hijos no querían ir a la escuela porque eran segregados por sus compañeritos, situación que se prolongaba cuando trataban de jugar con ellos en los espacios comunes de la cité. Los argumentos utilizados contra mis hijos eran tales como “no son primos” haciendo referencia a su carácter de no musulmanes comen cerdo, o bien que mi hija entonces de siete años mostraba sus piernas en la piscina.
Mi desconcierto fue total: ¡ser víctimas de racismo de la parte de inmigrantes que, a su vez, se quejaban del racismo francés!
Alarmado por la posible depresión en la que podrían caer, pedí una audiencia con el intendente de la ciudad. Tras explicarle el problema, me dijo que ya había intervenido en casos similares y me autorizó a pasar a mis hijos a una escuela donde el ambiente religioso fuera mucho más mezclado. Fue la solución, pero la distancia que los niños del barrio pusieron entre ellos y mis hijos no se achicó jamás.
Las raras veces que conté esta anécdota en Argentina, recibí de algún interlocutor una mirada socarrona con la que dudaba de la veracidad de mi relato o, en todo caso, lo tomaba como una simple manifestación de arabofobia de mi parte.
Esa ciudad de la región parisina fue, en 2005, uno de los centros más violentos de manifestaciones sociales donde se incendiaron cientos de vehículos diez mil en toda Francia a lo largo del mes de noviembre, al punto que debió declararse el estado de urgencia lo mismo que escuelas, gimnasios populares y jardines de infantes, acompañados de saqueos de negocios.
En aquel entonces yo trabajaba como vendedor ambulante de ropas económicas en los mercados de la periferia parisina. En la feria, la relación con el “mundo inmigrante” al cual yo pertenecía era cordial. Tener por clientas a mujeres con velo parcial (hidjeb) o sus diferentes variedades hasta el total (la burka), era para mí tan común que sólo me sorprendían aquellas que vestían a la manera occidental y deambulaban con la cabeza completamente descubierta. Durante las pausas para un café que me otorgaba a media mañana, pude intercambiar con mis colegas sobre muchos temas que hacían a la convivencia africano-occidental en Francia. Recuerdo a Ahmed, un argelino de unos treinta y cinco años, trabajador, ocurrente y solidario, perfectamente adaptado a la vida en su país de adopción, que, cada tanto, en medio de una charla llena de carcajadas alrededor del tema “mujeres”, de pronto cobraba seriedad y apuntándome con el dedo me advertía: “sí, pero nunca hay que mezclar la raza”, así, en singular, no decía “las razas”, con lo que me quedaba clarito que se estaba refiriendo a la suya. Como en muchas otras comunidades de inmigrantes de horizontes diversos, se ponía bastante celo para evitar que sus integrantes cayesen en la mixtura.
Recuerdo a otro colega, un buen hombre marroquí de unos sesenta años que no perdía oportunidad de decir que él respetaba a todos los cultos ya que todos teníamos el mismo Dios. “Entonces usted dejaría que su hija se casase con un judío o un católico?” me animé a preguntarle una vez. Y ahí su respuesta fue como la de Ahmed: “no es bueno mezclar la raza”.
La fiesta del Ramadán (mes de ayuno musulmán), se sentía bastante en la feria: adultos, jóvenes y niños manifestaban una cierta irascibilidad tras muchas horas de abstinencia alimentaria. Lo mismo habría de notar cuando, años después, ejerciera en la universidad.
Mi época de comerciante en los mercados (trabajaba a porcentaje sobre las ventas) no fue un buen período para mí. La rentabilidad era casi nula, los robos de mercaderías de mi stand eran imposibles de limitar (cinco o diez mujeres codo a codo cubiertas por el velo se inclinaban sobre los artículos en medio de un parloterío que distraía y los pasaban por entre sus ropas a las otras cinco o diez que tenían atrás y que se retiraban con ellos). Recuerdo que los auténticos reyes de las ferias eran los “placeros”, empleados del municipio que se encargaban de otorgarle a los puesteros un lugar en el mercado (cada día diferente) a condición de recibir coimas suculentas. Estos eran siempre franceses y yo no sólo fui testigo de las sumas enormes que recibían (además de su salario oficial) sino que también debía pagarlas para obtener un lugarcito y poner mi ropa. 
En mi relación laboral, vecinal y luego de docente con los musulmanes, pude constatar que el miedo a la dilución cultural y religiosa de “su raza” como diría Amhed en la occidental, sociedad francesa en este caso, fue una constante. Esta actitud defensiva se hacía más perceptible en la cité, donde la imagen social intracomunitaria acentuaba la rigidez de las reglas y de los códigos.
En Les Étangs, la vida estaba regida por hábitos y códigos con los cuales
a nosotros nos era imposible cohabitar a menos de hacer lo que hacíamos: salir hacia nuestros trabajos o al supermercado y los niños a la escuela, en una ausencia total de vida vecinal. Además, las autoridades municipales hacía ya un buen rato que habían tirado la toalla ante los destrozos permanentes de los bienes públicos, el surgimiento de los jóvenes dealers de la droga y la división del barrio en zonas a veces mínimas, limitadas a dos o tres edificios donde algunos adolescentes habrían de constituirse en jefes de banda y extorsionadores.
Tuve mi primer contacto con ellos cuando mi hijo cursaba el secundario. Una tarde, al regresar del colegio, el matón de la zona lo interceptó en la vereda y, tras plantarle en índice en el pecho, le dijo “si mañana a la tarde no me traés un televisor color, nos hacemos una fiesta con vos”. Cuando mi hijo le respondió que no tenía un franco para poder comprarlo, el otro, sin vuelta alguna le ordenó “traés el de tus viejos”.
Corrí al puesto de policía donde el comisario me dijo que le advertiría al compadrito que se calmara pues estaba al tanto del problema. Yo le exigí estar presente junto con mi hijo y él aceptó. Con mi mujer decidimos no enviar nuestros hijos a la escuela al día siguiente por temor a las agresiones. Cuando llegamos a la comisaría del barrio contiguo al nuestro (llamado ”Surcouf” o “Las tres mil”, famosísimo por su violencia), el compadrito estaba sentado al otro lado del escritorio, con los hombros tirados hacia adelante y la cara compungida. Tener frente a mí a ese adolescente que había cargado de angustia a toda mi familia y verlo estirar la trompita con cara de El Chavo del 8, me llenó de indignación. El tipo aceptó la acusación de mi hijo “porque no tenía tele en su casa” (si hay algo que verdaderamente no debía faltarle a familia alguna en Francia es un televisor, en nuestro caso lo alquilábamos). El comisario lo sermoneó duro, pero el otro no abría la boca ni alzaba la vista. Le pedí al comisario que hablásemos a solas. En la oficina contigua me quejé: “¡este tipo no va a parar si no se lo sanciona!”. Es un menor, me aclaró el policía, no podemos hacer otra cosa. Imaginar a mi hijo nuevamente acosado por el precoz aprendiz de malandra me hizo un nudo en la garganta. Temblando de impotencia le rogué que entonces me autorizase a pegarle unas trompadas de advertencia. El comisario casi me mete preso. Regresamos ante el tipo y le exigió que no volviese a acercarse con pretexto alguno a mi hijo. Agregó que si por mala suerte una piedra caía del cielo sobre la cabeza de mi hijo, si mi auto aparecía rayado, si éramos víctimas de algún robo o mis hijos sufrían un apriete de la parte de desconocidos, que él lo supondría su autor y que le caería con “la pesada” encima.
Por suerte el incidente quedó ahí.
Varios años después, cuando tras mi divorcio abandoné la cité (mis hijos se quedaron en ella con su madre) y mi hijo se convirtió en un universitario de disuasivos ciento diez kilos, se reencontró con el compadrito, a quien todo indicaba que la suerte le sonreía: lucía prendas costosas y manejaba un auto de gama importante. “¿Así que estudiás para abogado?”, le dijo. “Mirá vos. ¿Y cuánto tiempo de trabajar doce horas por día vas a necesitar para tener el auto, las pilchas y la guita que yo tengo ahora en el bolsillo? ¿Cuánto vas a tardar en juntar la guita para sacar de la cité a tu vieja y a tu hermana como yo lo hice con mi familia?”
Lejos había quedado su etapa de aprendiz de extorsionador: ya podía comprarse varios televisores por día con lo que ganaba vendiendo drogas en Les Étangs.
En cuanto al barrio como podrán verlo en la foto fue completamente demolido en 2008.

(Continuará en la Segunda Parte)

30 de enero de 2015

Los “yo no soy Charlie” del discurso de gente autoproclamada “de izquierda”

Desde hace unos meses sigo con atención en Facebook las opiniones de un grupo de gente unida por discursos que ellos presentan como “de izquierda” y que deberían revisarlos para adaptarlos a lo que estimo es su verdadera identidad ideológica: la reaccionaria.
Y como estamos en un año especialmente traumático en cuanto a sucesos locales e internacionales y, además, en año electoral, me propuse no dejar de contestar clichés, de mostrar contradicciones graves, y aceptar el debate allí donde me den lugar, con el espíritu abierto al intercambio.
Aunque parezca difícil de creer, el texto que publicara E. M el 20 de enero, contó con varios “me gusta”.
Nobleza obliga, destaco especialmente que E. M no borró mis comentarios de su cuenta, pudiendo hacerlo. Es una actitud valorable más allá de que nuestros posicionamientos ante los temas planteados estén en las antípodas.

Aquí va su texto y, luego, mi respuesta.  

Post en Facebook de E.M (hago un copiar/pegar)
"Charlie Hebdo un pasquin de cuarta, de mal gusto, agresivo y vulgar con un tiraje de 30000 ejemplares pasa a editar 7 millones de ejemplares, de la manera mas increible y fuera de toda logica humana, estetica, de derechos etc, etc. 18 muertos en Francia, y una cantidad mucho màs importante a nivel mundial. Salen a la calle 3 millones de personas para defender la « libertad de expresion » y manifestar el repudio al terrorismo integrista islamico.....
18 muertos = 3 millones de personas en la calle y 7 millones de Charlie vendidos..... de terror!!
Porque no salieron esos 3 millones a manifestar contra el verdadero aparteid que se aplica en los barrios perifericos de paris contra la comunidad munsulmana? porque ahi en esos barrios no todos son integristas, ni terroristas, ahi vive una comunidad que a duras penas llega a integrarse al sistema, alli viven madres, niños, abuelos que nada tienen que ver con toda esa violencia.
Porque no intervinieron hace tiempo en esos lugares donde una minoria trafi'ca la cocaina en toda libertad, iponiendo leyes y pudriendoles la vida a la gente? es esa misma cocaina que se consume en las discotecas, en los clubes privados y en buena parte del medio politico que son el negocio que los mantiene en el poder con el enorme beneficio que genera,
Porque no salen los 3 millones a la calle?
Porque esos 3 millones no salen a manifestar cuando los paises ricos generan miseria economica en los paises mas debiles?
Porque no salen los 3 millones cuando se invaden paises y derrocan gobiernos que rechazan vivir humillados? Porque no salen a manifestar cuando cobardemente se crea caos, miseria y muerte en nombre de los derechos humanos y en defensa de nuestra ejemplar democracia?
Porque no salen los 3 millones a denunciar el robo y la explotacion?
Esa es la democracia que defendemos? Esos son los derechos? Defender y vivir nuestra libertad democratica reventando a los debiles, tirandoles alguna ayuda humanitaria para dar la imagen de ser humanos?.....
Yo tomo la frase de J Brel y la adapto a éste contexto con mucha bronca y grito fuerte Yo meo .!! y recontra meo.... sobre esa falsa democracia!!
No era que Cuba es un estado terrorista? Pero como? Si hoy esos mismos monstruos ya estan armando sus sucios negocios fingiendo traer progreso y bienestar! Hijos de su madre..... si eso digo y repito!!! Hijos de su santisima madre que los pario!!
Asi como trajeron la biblia reventando gente, y un indio boliviano en un momento se las devolvio' diciendoles que no la necesitaban ni a sus dioses tampoco, asi se pueden guardar la supuesta ayuda economica que ofrecen! Porque no devuelven lo robado en tantos siglos de saqueo y que Dios los perdone?
Hoy van a reventar a Grecia también!
Hipocritas asesinos.
Yo no necesito ser Charlie, y defiendo la vida, la libertad y los derechos, esos que respetan los derechos de los otros, el resto es puro verso."
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Mi respuesta
Si bien comparto algunas de las afirmaciones aquí realizadas, no creo que esta mezcla de temas sea beneficiosa para transmitir mensaje alguno, en caso de que esa haya sido la intención del autor.
Vamos por partes.
Charly Hebdo ejerce un tipo crítica socio-política basado en el principio anarquista del irrespeto a todo lo establecido (¿el autor de la nota que comento no se presentaba como “anarquista” hace unos días aquí mismo?), en la iconoclasia, en el anticlericalismo, el ateísmo, en la búsqueda de las contradicciones de los políticos. El método que eligieron para hacerlo es el humor gráfico salaz, donde la procacidad, el mal gusto, la vulgaridad y lo escatológico son la esencia misma de sus plumas. Y en esto coincido con el autor este post. La versión local de Charlie es Barcelona. Hay mucha gente que gusta de este tipo de revista. A mí ni Charlie ni Barcelona me atraen, lo que no me impide defender sin “peros” su derecho a existir.
En los años noventa, uno de los redactores “estrella” de Charlie Hebdo, el maestro de escuela y actor cómico Patrick Font, en sus espectáculos unipersonales televisados tenía monólogos donde relataba con minucia y falsa picardía situaciones que daban la sensación de ser relaciones sexuales con niños y, al final, con un brusco cambio en el relato nos hacía “ver” que se estaba refiriendo a otra cosa. Yo mismo lo vi varias veces en la televisión y, cada vez, me dejaba con una sensación ambigua respecto del tema y el modo con que hacía “humor”. Me chocaba profundamente, pero, en esa época yo también me encontraba entre quienes se decían “y bueno, es de Charlie Hebdo” como si pertenecer a una revista satírica diera el derecho a la disimulada apología de un delito aberrante. Por supuesto que hoy no lo pienso así. En 1996, Font fue  condenado a seis años de cárcel por violación de varias de sus alumnas y atentado al pudor de personas sobre las que tenía autoridad. Dicho de manera criolla: seducía y se encamaba con sus alumnas de más de dieciséis años y violaba a los menores. Lo repugnante fue ‒cuando se supo la noticia‒ que el director de Charlie, Philippe Val y su fundador François Cavanna, lejos de escandalizarse por el hecho, se solidarizaron con su situación “hasta tanto se aclarase en los tribunales”, y dijeron que no harían ninguna caricatura de Font como lo habrían hecho con cualquier otro personaje del mundo político o cultural francés sin esperar decisión tribunalicia alguna. Palabras más, palabras menos, recuerdo que Cavanna dijo algo así como “no vamos a agregarle una pena al pobre Patrick que ya tiene demasiadas”. Millares de seguidores de la revista renunciaron a sus abonos y Charlie vive en jaque económico desde entonces.
Yo no comparto el tipo de humor practicado por Charlie. Sin embargo, lo compré aquella vez que se animó a poner en la tapa a Mahoma diciendo ‒respecto de los terroristas islámicos‒ “es duro ser amado por pelotudos”, tapa que me pareció inteligente y, por una vez, didáctica en una Francia donde nadie se animaba a hablar públicamente de las fuentes islámicas del terrorismo. Esa tapa costó varias vidas y fatwas en diferentes partes del mundo, incluido el occidental.
Por la manera en que E. M redactó el post que aquí analizo, deja la sensación de que no le duele el asesinato de los redactores de Charlie ni de las otras personas a manos de gente que se presentó como de Al-Qaeda y del Estado Islámico. Más aún, hace la sugestiva alusión de que, con el drama, Charlie pasó de vender treinta mil ejemplares a “siete millones” como si los redactores hubiesen programado su propio asesinato en masa para lograr una tirada récord. Y agrega cosas como “de la manera más increíble, y fuera de toda lógica humana, estética, de derechos etc”.
Pienso que no es para nada increíble que luego de semejante masacre y atentado contra la libertad de expresión, la gente manifestase su solidaridad con la revista comprándola de manera masiva para evitar su quiebra, cosa que sí entra ‒felizmente‒ dentro de la “lógica humana”. Lo de “fuera de toda estética” es, por lo menos, subestimador: se comparta o no la ideología de Charlie, sus dibujantes eran verdaderos iconos en la gráfica francesa. Es como si en un atentado aquí hubiesen asesinado a Quino, Copi, Fontanarrosa, Trillo y Altuna juntos. Y en cuanto a los “derechos”, Charlie tenía todos los que derivan de vivir en un país republicano, democrático, de constitución respetada y de leyes que garantizan la libertad de expresión, ese feliz logro de la convivencia social a la cual la izquierda reaccionaria execra cuando le afecta, y la exige por altoparlantes cuando considera que le falta. En democracia la regla es así, y todos debemos adaptarnos a ella. Quien se sienta atacado, difamado o injuriado por la libre expresión de los otros, que recurra a los tribunales y se haga indemnizar.
El escribiente del post lamenta que hayan salido varios millones de personas a defenderla de manera pacífica y respetuosa. Pienso que lo grave hubiera sido lo contrario, que pocos se indignasen, porque se trata de uno de los fundamentos de la sociedad en la que los franceses quieren vivir. Es saludable que una población se una y defienda ‒sin degüellos‒ su manera de vivir en libertad frente a una banda de asesinos que ‒lo dicen los testimonios de sus barrios‒ tenían un conocimiento muy elemental, o nulo, del Corán en nombre del cual mataron. Sí, en cambio, tenían eso: ganas de matar, de elevarse la adrenalina quitándole la vida a representantes de una sociedad que recibió a sus abuelos y les dio el trabajo y la vivienda de los que carecían en sus países. La segregación de la que muchos de ellos fueron objeto es innegable y merece otro análisis. Pero, al final de cuentas, se trataba de franceses que mataron a diecisiete connacionales. Y tomemos también en cuenta que en varios países musulmanes, al expresar su apoyo a los asesinos, se manifestó provocando unos quince muertos, en su mayoría musulmanes. O sea: musulmanes mataron a musulmanes para festejar los asesinatos en París y protestar por las nuevas caricaturas del profeta en Francia.
El escribiente del post tiene una frase digna de analizarse con minucia si su intención no fuese tan manifiesta.
Escribe (hago copiar-pegar): “Salen a la calle 3 millones de personas para defender la « libertad de expresion » y manifestar el repudio al terrorismo integrista islamico..... 18 muertos = 3 millones de personas en la calle y 7 millones de Charlie vendidos..... de terror!!”
¿Qué es lo que pretende al mezclar los tres millones de personas (fueron cuatro y medio en toda Francia según la mayoría de los medios) que salieron a defender la libertad de expresión (como buen reaccionario de izquierda el autor del post la pone entre comillas) y, también, a repudiar al terrorismo islámico, con los “siete” millones de Charlie vendidos y terminar la frase con un “¡de terror!”?
Luego de esa primera mezcla, las otras le salen con más facilidad aunque no tengan nada que ver con la masacre de Charlie: la situación de las comunidades de inmigrantes en el conurbano de las grandes ciudades (aclaro que esa realidad la conozco bastante: yo viví siete años en una “cité” árabo-africana donde para tomar el ascensor había que pararse sobre ladrillos a causa del orín, y estoy preparando un artículo sobre esa etapa de mi vida que publicaré en estos días en mi blogspot), el tráfico de droga, la falta de trabajo y tantas otras cosas donde el Estado francés actuó con negligencia a futuro o simplemente con racismo y hoy sufre las consecuencias. Lo mismo en materia de política exterior francesa en cuanto a su participación en ciertos conflictos bélicos y sus alianzas interesadas con países que no respetan los derechos humanos. Son todos temas para debatir uno por uno. Y también por los que deberían salir a manifestar la gente de todos los países. Ahí acuerdo con E.M.
Sin embargo, el reaccionario de izquierda que escribe este post (que se autorotula “anarquista”), termina con una esperable ristra de ironías e insultos a la democracia que lo educó, lo protegió, y gracias a la cual pudo conocer el mundo entero. Frutilla sobre la crema, era esperable también que, como contraposición a lo que analiza, termine sacando del cofre su tesoro mayor y se regocije con la Cuba hambreada y tiranizada por los Castro. Se queja, por ejemplo ¡de que los gobiernos americano y cubano hayan comenzado a tratar la implantación de sociedades yanquis en la isla que darán trabajo, vivienda y comida a los isleños! Se trata justamente de las iniciativas que los cubanos de la calle esperan desde hace decenios para vivir mejor y... ¡ el autor del post llama al acuerdo “fingir traer el progreso y el bienestar”!
¿No hay una enorme contradicción en el planteo de los temas? Cuando eso ocurre, tiendo a pensar que no se apoyan en análisis serenos y realistas, sino en clichés que pretenden acomodar la realidad a lo que uno piensa o le hacen pensar. De ahí el resultado absurdo, repleto de eslóganes e insultos pero de ninguna proposición que tienda a superar las situaciones que parece cuestionar.
Y termina con una frase que, entiendo, resume su confusión y en la que cohabitan buenas intenciones y reflejos reaccionarios (esos que él cuestiona cuando vienen de los otros):
“Yo no necesito ser Charlie, y defiendo la vida, la libertad y los derechos, esos que respetan los derechos de los otros, el resto es puro verso.”
Veamos el texto frase por frase: “defiendo la vida”: sí, salvo la de los quieren expresarse libremente, en este caso los periodistas de Charlie; “la libertad”: quizá, salvo que se trate de la de los cubanos; “los derechos que respetan los derechos de los otros”: menos mal porque él es el ejemplo más claro de vivir en una sociedad que respeta los suyos, entre ellos el de expresar lo que quiera, con o sin argumentos, con o sin caricaturas, con o sin una reflexión serena sobre lo real, con o sin clichés.
Yo celebro encontrarme en la misma sociedad que él aborrece para poder disentir con algunos de sus planteos y no por eso esperar que la policía me toque el timbre o me retire el pasaporte.

13 de enero de 2015

El exitismo dictatorial de la izquierda reaccionaria latinoamericana.


Publico aquí una larga respuesta al exaltado y apologético comentario sobre Cuba de uno de mis contactos en Facebook tras el reciente intercambio de prisioneros entre los EEUU y la isla.
Un buen método para leer los textos de los apologistas no isleños de la dictadura castrista ‒o sea, los simpatizantes de la izquierda reaccionaria que en sus países de residencia gozan de todas las libertades, derechos y del relativo bienestar económico del que carecen los cubanos‒ consiste en desmenuzar cada párrafo y confrontar los gritos de exaltación revolucionaria con los datos de la realidad. 
El tema es de actualidad, y cualquiera puede proponer su aporte.
Este es el mío.

Texto de E. M. en Facebook


“Lo que pienso y defiendo con todas mis fuerzas
Un pueblo desunido y con hambre no espera más de cincuenta años para derrocar a sus gobernantesCuba es un pueblo con enormes necesidades a causa del bloqueo yanqui, un pueblo digno, un pueblo culto y combativo que supo levantarse, un pueblo educado y solidario a nivel mundial a pesar de su pobreza, un pueblo inteligente y anticapitalista, un pueblo revolucionario, un pueblo con ideas, un pueblo imbatible, un pueblo más gigante que Goliat.
La consigna es cierta! Un pueblo unido y combativo jamás será vencido!
El capitalismo busca comerse a Cuba desesperadamente, pero la isla jamás volverá a ser una antro de putas y esclavos, jamás los niños dormirán en la calle, ni morirán abandonados ni vendidos ni explotados en el trabajo, ni humillados ni violados.
No existe sistema perfecto y Cuba tiene los mismos, e incluso más problemas que muchos otros países pero con una gran diferencia y esa diferencia es la dignidad de resistir de pié al coloso americano! Esa es la verdad.
Es bueno antes de hablar al pedo ir a Cuba y caminar y charlar con la gente y verán que hay oposición, hay ideas diferentes y que discuten a los gritos en la calle y otros que reputean contra el sistema como en todos lados y nadie va en cana y hasta los lacayos de siempre putean en las calles y tampoco van en cana! No lo crees? busca en YouTube! y no está subido por el gobierno, está subido por los mismos lacayos que viven en Miami.
Es bueno ir a Cuba sin ese espíritu resentido y lacayo que caracteriza a más de uno y que van solo a ver las necesidades causadas por el bloqueo y echar la culpa al sistema, es bueno ir a Cuba disfrutar la sencillez de la gente, su música y su folclore en vez de ir a ver solamente la ciudad en ruinas, los viejos autos americanos o de mirar el culo a las mulatas pensando que por unos sucios dolares de mierda se las van a c...omprar, no señores, la revolución le dio dignidad al pueblo cubano.
Los que participan y contribuyen a la corrupción existen en todos lados y también los hay en la isla son esos mismos que el Che y Fidel catalogaban y con mucha razón de "comemierdas"
No será fácil combatir al capitalismo de hoy pero tampoco les será fácil comerse al único país que supo mantenerse de pie frente al coloso americano, ya van 56 años de resistencia heroica y todavía hay para otros 56 más y para esa época el imperio estará tambaleando.
Cuba es imbatible por la fuerza de las armas
Cuba es imbatible ideológicamente
Cuba es imbatible por la fuerza de su juventud
Cuba es un ejemplo!
El pueblo cubano está dispuesto y preparado para resistir a hasta las ultimas consecuencias a cualquier agresión
El pueblo cubano cuenta con la ayuda de millones de personas en todo el mundo
El pueblo cubano es dueño de su destino y solamente ellos pueden cambiar el rumbo
Cincuenta y seis años de penurias y siempre de pie!!!
Entiendanlo, Cuba fue esclava solo una vez!”
NUNCA MAS!
Hoy la casa está completa, también ahí el imperio perdió nuevamente su dignidad!”




Mi respuesta (entrecomilleo el texto de E. M)

“Un pueblo desunido y con hambre no espera más de cincuenta años para derrocar a sus gobernantes.”

Se trata de un típico eslogan vendedor de falsedades ‒fácilmente comprable por quienes se niegan a cotejar frases con estadísticas‒, compuesto de términos ideológicamente generalizadores y de formulación contradictoria cuyo mensaje de fondo es desmentido por la historia. 
Al usarse la palabra “pueblo” de esta manera, se está suponiendo una unidad de pensamiento y acción de cientos de miles de personas, que es inexistente. Cuando ‒sobrepasado por la crisis de los refugiados en la embajada peruana y de la huida desesperada desde Puerto Mariel en 1980‒ en un acceso de rabia el dictador Fidel decidió abrir la puerta a los que quisieran irse, 125.000 personas tomaron cuanta cosa flotante pudieron encontrar para escapar del “país libre cual solamente puede ser libre”. Fidel aprovechó la volada para sacar de sus cárceles a 2674 presos comunes y colocar entre los emigrantes a unos cuantos espías que se infiltraron en los medios disidentes en Florida. Sin embargo, sorprendido por la amplitud que tomaba el éxodo, hizo marcha atrás en su gesto de “generosidad revolucionaria” cerrando antes de lo previsto las puertas de salida. Por suerte, hubo al menos esos 125.000 “gusanos” ‒seguramente individualistas repugnantes, aspirantes a burgueses y traidores‒ que lograron recuperar su condición de seres humanos con derecho a la libertad.
Lamentablemente, quienes se quedaron con las ganas de escapar a la miseria y a la dictadura, debieron “balsear” como lo hacen hoy miles de africanos a través del Mediterráneo hacia Italia y España. En el Mar del Caribe, decenas de ellos murieron de hambre, de sed o devorados por los tiburones. O sea que los “marielitos”, sumados a quienes no llegaron a serlo a pesar de sus ganas, más los cientos de miles de cubanos que debieron cerrar la boca durante más de medio siglo para no ir a la cárcel, seguramente no forman parte de la “unidad cubana” a la que aquí se hace referencia. Al usar el término globalizador “pueblo”, se incurre en una mentira aleve.
El caso de los cubanos no es muy diferente a lo que ocurrió en todos los países del Este antes de la caída del Muro de Berlín: poblaciones aplastadas por la represión, unidas sí, más por el temor que por la ideología. De no haber sido así, los tiranos no hubiesen necesitado conculcar la democracia pluripartidaria ya que ciudadanos libres los hubiesen elegido para continuar dirigiendo el país. Esto no quiere decir que los Castro no tengan sus fervientes seguidores acomodados en los ministerios, espiando y delatando a sus semejantes a través de los CDR barriales, o enquistados en las fuerzas militares con los consiguientes beneficios materiales que niegan al resto de los habitantes. Al no existir la democracia en la isla, los dictadores funcionan con la ficción de que “la voluntad popular nos acompaña”. Todavía la escucho decir a Hebe de Bonafini ‒icono indiscutido de la izquierda reaccionaria continental‒ que Cuba no necesita de la democracia porque Fidel garantiza los derechos del pueblo.
Si debiéramos comparar la situación de la isla con la de Venezuela ‒su protectora petrolera cuyos gobernantes se reclaman de los mismos principios y objetivos que los dictadores cubanos‒ podemos constatar una diferencia mayúscula a favor de la segunda: sus autoridades gozan de una legitimidad incuestionable al haber sido elegidas por la mayoría de la población en elecciones cuya limpieza fue controlada por personalidades y organizaciones internacionales confiables. Y los ciudadanos podrán cambiarlas con nuevas elecciones la próxima vez si así lo desean. Los cubanos, en cambio, desde el reinado de los Castro debieron agachar la cabeza ante lo que les impusieron.
Retomo el texto: “Cuba es un pueblo con enormes necesidades a causa del bloqueo yanqui, un pueblo digno, un pueblo culto y combativo que supo levantarse, un pueblo educado y solidario a nivel mundial a pesar de su pobreza, un pueblo inteligente y anticapitalista, un pueblo revolucionario, un pueblo con ideas, un pueblo imbatible, un pueblo más gigante que Goliat”.
Vamos por partes. Cada vez que se aplicó un bloqueo comercial a cualquier país, se castigó a su población y se terminó fortaleciendo a los gobernantes. O sea que no se trata de una maniobra para reivindicar en ninguna circunstancia.
Dicho esto, hay que recordar que durante treinta años la ex URSS y todos los países de su órbita comerciaron con la isla de manera irrestricta. Y muchas empresas europeas y americanas también lo hicieron a través de intermediarios. Perón lo hizo de manera abierta durante su tercera presidencia a pesar de las protestas del Departamento de Estado. O sea que ‒salvando las distancias tecnológicas de la época entre los dos bloques‒ los cubanos hubieran podido acceder aunque más no fuere al nivel mínimo de “confort” que lograron los países del Este si el producto de las ayudas y de los intercambios comerciales no hubiese sido administrado con la ineptitud que demostró el régimen. Esto sin contar que toda actividad comercial privada estaba prohibida, por lo que la gente debió sufrir el racionamiento y las penurias legendarias a la que fuera sometida.

Lo de “pueblo digno”, concuerdo completamente: tras casi seis decenios de opresión y de mordazas, lograron mantener, bajo poncho y esperando mejores vientos, sus ganas de vivir, de hacer música, de bailar y ‒gracias a la única libertad permitida en Cuba, la erótica (si se trata de parejas heterosexuales por supuesto, porque los gays padecieron la segregación del estado castromachista)‒ mantener la salud espiritual que los ayudará a salir a flote cuando la dictadura sucumba de manera definitiva.

Lo de “pueblo culto”, habría que separar dos cosas. Si se habla de alfabetización generalizada, el logro cubano es innegable. Si se habla de “información” ‒tan necesaria para lograr una cultura amplia, enriquecida por la diversidad de fuentes‒ la tiranía liquidó la libertad de expresión y de información, consolidando una educación acrítica dirigida a sostener al régimen, donde la censura de escritores, músicos, plásticos, filósofos y cineastas del mundo entero fue la regla absoluta. Cualquier estudiante secundario o universitario en la mayoría de los países latinoamericanos democráticos, tiene una cultura mucho más vasta que su par cubano, no por ser más capaz ni más inteligente, sino por una razón lógica: es libre de informarse donde le plazca, criticar, viajar e investigar otras sociedades si lo desea.

Cuando el autor del comentario que ahora analizo afirma que el cubano es “un pueblo inteligente y anticapitalista, un pueblo revolucionario, un pueblo con ideas, un pueblo imbatible, un pueblo más gigante que Goliat”, tengo al respecto las siguientes reflexiones.
Seguramente el pueblo cubano cuenta con personas muy inteligentes que, cuando recuperen la libertad, podrán demostrarlo en todos los órdenes. 
Lo de “revolucionario”, es algo que no se puede saber a causa del partido único y de la ausencia de democracia. Sin duda alguna hay miles de cubanos que lo son en el concepto que el castroguevarismo diseñó. 
Lo de "imbatible", es bastante cierto y lo dije más arriba: centenares de isleños se arriesgan a la cárcel señalando sus diferencias, tratando de burlar por todos los medios posibles la censura y buscando superar el miedo. Lo hemos visto con creces en estos últimos años.
Y lo de “anticapitalista” mueve a risa: no debe haber país caribeño en el cual la gente se tire sobre los dólares que llegan por los bolsillos de los turistas y de las remesas enviadas por “los gusanos” desde el exterior como lo hacen ‒justificadamente, por cierto‒ en Cuba. La gente agudiza su ingenio para sobrevivir mediante trabajos clandestinos en todos los rubros imaginables, generando un mercado paralelo al del régimen ‒muy limitado debido a la escasa disposición de bienes e insumos de intercambio‒ para conseguir las pocas cosas que sólo obtienen los burócratas del partido. El “anticapitalismo” del que se habla aquí, es exactamente como el anticapitalismo chino mientras se mantuvo maniatada a la población. Miren si no lo que ocurre hoy con la actividad comercial del país “comunista”. Y ni hablemos de Rusia. A partir del momento en que la tiranía afloje la soga al cuello de los isleños, veremos adónde los conducirá el “anticapitalismo del pueblo cubano” del que aquí se habla.

Eso de que “Un pueblo unido y combativo jamás será vencido” es un eslogan tan heroico como falso. Pueblos muy unidos fueron vencidos, más que nada, por inferioridad tecnológica militar. Los ejemplos sobran, partiendo de la misma invasión de nuestro continente en la que unos pocos cientos de genocidas españoles doblegaron y espoliaron a los varios millones de habitantes originarios durante siglos, al punto de cambiarles a millares de ellos la lengua, la religión y anularle buena parte de sus tradiciones.

Pero lo más odioso del comentario que aquí contesto ‒cuya insensibilidad me deja duro de sorpresa‒ es cuando sostiene que “la isla jamás volverá a ser un antro de putas y esclavos, jamás los niños dormirán en la calle, ni morirán abandonados ni vendidos ni explotados en el trabajo, ni humillados ni violados”.

La afirmación de que Cuba “no volverá a ser jamás un antro de putas”, es un insulto a las cubanas, porque supone que la mayoría de ellas lo eran durante la dictadura de Batista, y eso es una mentira escandalosa. No hay más que googlear el tema en Internet y se verá que varios países caribeños eran visitados tanto por norteamericanos, europeos y sudamericanos a causa de su vida nocturna y la prostitución. No solamente Cuba. Estudios, estadísticas y análisis de diferentes niveles de seriedad que sobre el tema pueden encontrarse en Internet (aprovechemos para usarlo: los cubanos lo tienen prohibido y las raras conexiones existentes tienen “temas” bloqueados), coinciden en que hoy la isla figura entre los principales centros de turismo sexual de Latinoamérica. En la mayoría de estos estudios, el primer puesto corresponde a México , y el cuarto, a Cuba. Las agencias turísticas del mundo entero ofrecen estadías eróticas en la isla y el turismo pedófilo se acrecentó de manera ignominiosa en los últimos años. Por eso mismo se sabe que son los canadienses los más ávidos de relaciones sexuales pasajeras con cubanas y cubanos.
Turismo sexual no quiere decir turismo prostibulario aunque en Cuba haya de los dos. Normalmente, el turista sexual “se ofrece” una muchacha o adolescente que no busca otra cosa que disfrutar del aire acondicionado o del confort de una noche en un hotel; cenar en los restaurantes para turistas o recibir alguna prenda para vestir de regalo. ¿Son putas? Por supuesto que no: son muchachas y chicos ahogados por las carencias de las cosas elementales que la mayoría de la gente de su edad puede procurarse en casi todos los otros países del continente, salvando situaciones extremas como, por ejemplo, la de Haití. También es tentador el contacto con los extranjeros, esa gente que puede viajar y que les hace soñar con ese confort material mínimo que los burócratas del régimen se reservan para ellos.
Las fotos de adolescentes y de menores colgadas/os del brazo o besando la boca de turistas casi ancianos/as pero que pueden ofrecerles un “día diferente”, es el resultado de la miseria a la que los sometió el castrismo.
Y están también quienes ‒hartos de penurias‒ se encuentran en situación de prostitución. Quiebra el corazón ver esos videos que los particulares suben a Youtube y los muestra regateando precios en dólares en el Malecón. ¿Ésa era la intención de Castro y sus apóstoles cuando propusieron construir una sociedad mejor? Seguramente no: fue la ineptitud administrativa, la corrupción, el abuso de autoridad, la soberbia, el espíritu mesiánico que los animó y la imposición a sangre y fuego de una ideología que arrasa con las libertades del individuo y que usurpa el futuro de generaciones enteras a las que no se les preguntó si era eso lo que deseaban. Pero el resultado está ahí, y quien se hace el ciego que cargue la canallada en su consciencia: en la Cuba de hoy, hay más prostitución que en la época de Batista. Posiblemente cada uno de nosotros tenga más de una persona de nuestro entorno que visitó la isla y que puede dar fe de esta situación por haberla “aprovechado” o por haberla presenciado.

Y eso de que no hay esclavos en Cuba, es una metáfora miserable que los de la izquierda reaccionaria no dudarían en señalar como escandalosa si la situación se produjese en otro país latinoamericano: los cubanos cobraban en 2013 un promedio 471 pesos mensuales (20 dólares), según lo afirmado en un discurso por el mismo Raúl Castro. Si trabajar todo el mes para cobrar lo que normalmente es una propina dejada por un turista a un cubano autorizado a trabajar como mesero o personal de servicio en los hoteles de la isla (para extranjeros, por supuesto, pues el gobierno del país “libre cual solamente puede ser libre” no se lo permite a sus habitantes) no es esclavitud, pues habría que inventar un término que defina esta abyección.
Insisto: esa situación en Guatemala, en el norte argentino o en Paraguay sería rotulada ‒¡con mucha razón!‒ por el militante de la izquierda reaccionaria, como esclavitud. Pero jamás osaría hacerlo al referirse a Cuba, con el argumento de que si el objetivo es el Hombre Nuevo que pregonaba el Che, la esclavitud presente del pueblo es, al final de cuentas, salvífica. Con una sola condición, por supuesto: que deban soportarla los isleños y nunca él en su propio país.
¿Cómo pudo el escribiente de esta apología castrista sostener entre signos de admiración que con el oprobioso sistema actual “jamás los cubanos serán explotados ni humillados en el trabajo”?

Ojalá no se equivoque el firmante al prometer que “jamás los niños dormirán en la calle, ni morirán abandonados ni vendidos”, realidad que aprieta la garganta en Argentina, Francia, los EEUU y en muchos otros países y de la cual nadie se vanagloria. Si eso no ocurre actualmente en Cuba y la tiranía tarda en pasar a cuarteles de invierno, me temo que semejante grito de optimismo se convierta ‒como todos los que se alzaron con el puño izquierdo en alto‒ en un eslogan cínico aunque tenaz.

El broche de oro del comentario que analizo, es un largo párrafo que dice “Es bueno antes de hablar al pedo ir a Cuba y caminar y charlar con la gente y verán que hay oposición, hay ideas diferentes y que discuten a los gritos en la calle y otros que reputean contra el sistema como en todos lados y nadie va en cana y hasta los lacayos de siempre putean en las calles y tampoco van en cana! (…) Es bueno ir a Cuba sin ese espíritu resentido y lacayo que caracteriza a más de uno y que van solo a ver las necesidades causadas por el bloqueo y echar la culpa al sistema, es bueno ir a Cuba disfrutar la sencillez de la gente, su música y su folclore en vez de ir a ver solamente la ciudad en ruinas, los viejos autos americanos o de mirar el culo a las mulatas pensando que por unos sucios dólares de mierda se las van a c...omprar, no señores, la revolución le dio dignidad al pueblo cubano”.

Primero: lo de “discutir a los gritos en la calle sus ideas” sin que a nadie le pase nada, que se lo cuenten al esposo de la periodista disidente Yoani Sánchez, que la semana pasada quiso intervenir en el montaje callejero de la artista cubana Tania Bruguera titulado "Tribuna pública", que planeaba colocar un "micrófono abierto" donde cualquier persona podía decir lo que pensara durante un minuto. El montaje fue prohibido y el marido de Yoani junto a varios otros terminaron presos en el país “libre cual solamente puede ser libre”, y liberados gracias a un rápido reclamo internacional. 

Segundo: aquello de que “antes de hablar al pedo hay que ir a Cuba y hablar con la gente”, es propio del turista que llega con dólares a un país hundido en la miseria y que disfruta de lo que los isleños carecen: de libertad, de comer normalmente, de la posibilidad de viajar ‒que sólo posible en Cuba desde hace pocos meses a condición de tener dinero para salir del país y firmar un compromiso de regreso‒, y que cierra los ojos a dramas como la prostitución infantil y adolescente por causa de miseria, y que, además, se permite alzar el dedo al cielo para generalizar en tres o cuatro gritos histéricos lo que piensa “el pueblo”. Conozco a varios energúmenos de esta laya que ‒tras haber pasado un par de semanas en algún lugar del mundo‒ se convierten en sociólogos, historiadores, politicólogos y filósofos del lugar visitado.
Y agrego mi comentario final tras cada frase con que cierra esta apología de la tiranía castrista el reaccionario zurdo que goza de la libertad de tomarse el avión en cualquier momento para abandonar el “paraíso” caribeño:

“Cuba es imbatible por la fuerza de las armas”. Si comprendí bien el sentido de esta afirmación, yo ruego por que las armas no vuelvan a hablar en Cuba y sí el voto libre y secreto. Dado que el régimen está muy cerca de morir por decrepitud, que no caiga ni una sola gota más de sangre cubana hasta ese momento.

“Cuba es imbatible ideológicamente”. Disiento con semejante sentencia. El socialismo estalinista que imponen en Cuba ‒y que provocó en otros países las matanzas más grandes desde la Segunda Guerra‒ tras la caída del Muro de Berlín y de toda la ideología totalitaria que nació con la Revolución Rusa, sólo quedan dos países aferrados a tamaña aberración: Cuba y Corea del Norte. Los otros del bloque del Este que lo sufrieron durante decenios, terminaron por abandonarlo o, como China, están en vías de diluirlo abriéndose a las leyes del mercado aunque conservando aún la dictadura política. 

“Cuba es imbatible por la fuerza de su juventud”. Completamente de acuerdo: son los jóvenes cubanos de hoy quienes condenaron el sistema a muerte. Cuando este caiga, la tapa de la olla podrida se alzará y se hará luz sobre lo ocurrido intramuros durante sesenta años. En ese momento, esperemos que una verdadera Justicia investigue y sancione a los tiranos supervivientes por los delitos que hayan podido cometer.

“¡Cuba es un ejemplo!”. También completamente de acuerdo: es un ejemplo a estudiar con minucia para no repetir la historia en ninguna parte del Planeta.

“El pueblo cubano está dispuesto y preparado para resistir a hasta las últimas consecuencias a cualquier agresión”. Eslogan guerrero que sale de la garganta de los funcionarios de la dictadura y de los loros reaccionarios que les hacen de parlantes. Nadie plantea agredir a Cuba militarmente, sobre todo ahora que el sistema totalitario se está viniendo abajo por su propia putrefacción.

“El pueblo cubano cuenta con la ayuda de millones de personas en todo el mundo”. Otra vez de acuerdo: en todo el mundo se apoya al pueblo cubano para que recupere las decisiones sobre su devenir y se lo libere del yugo castrista. A lo que se repudia y no se apoya es a los dictadores que lo someten.

“El pueblo cubano es dueño de su destino y solamente ellos pueden cambiar el rumbo”. Eso espero: que pueda expresarse y cambiar el rumbo o continuarlo como hasta ahora si así lo desea, pero por decisión democráticamente tomada.

“¡Cincuenta y seis años de penurias y siempre de pie!”. Claro que sí: lo está demostrando cada día que pasa. Los Castro no lograron hundirlo de manera definitiva. Las mujeres de blanco luchan, mucha gente se anima a decir lo que piensa, comienzan a escribirse canciones que no son laudatorias de la tiranía…

“Entiendanló ¡Cuba fue esclava solo una vez! NUNCA MAS!”. Seguramente: la esclavitud que soporta desde mediados de los sesenta (ya que los primeros años fueron de expectativa por la promesa de una sociedad mejor como lo fuera el cristianismo en sus orígenes), hará que la mayoría de los cubanos impida otra aventura totalitaria. Si nosotros, los argentinos, logramos salir de nuestra dictadura genocida y ya llevamos 31 años de democracia, nada hace pensar que los isleños no puedan también lograrlo.

Y finalizo mi intervención con una especulación: vaticino que, en breve, la izquierda reaccionaria continental saldrá a pedir el Nobel de la Paz para Raúl Castro por ‒tras sesenta años de tenerla cerrada‒ haber al fin entreabierto un poco la reja.
Finalmente ¿por qué no? ¿Acaso no se lo dieron al vietnamicida Henri Kissinger, a los guerreros Anwar El Sadat, Menahem Begin, Yaser Arafat, Isaac Rabin, Shimon Peres y al racista sudafricano Frederik Willem de Klerk?
Y conste que no agrego a Barak Obama porque cuando se lo otorgaron, en 2009, aún no era un presidente invasor.